PARTURIENT MONTES
Juan José Arreola
Juan José Arreola
Entre amigos y enemigos se difundió la noticia de que yo
sabía una nueva versión del parto de los montes. En todas partes me han pedido
que la refiera, dando muestras de una expectación que rebasa con mucho el
interés de semejante historia. Con roda honestidad, una y otra vez remití la
curiosidad del público a los textos clásicos y a las ediciones de moda. Pero
nadie se quedó contento: todos querían oírla de mis labios. De la insistencia
cordial pasaban, según su temperamento, a la amenaza, a la coacción y al
soborno. Algunos flemáticos sólo fingieron indiferencia para herir mi amor
propio en lo más vivo. La acción directa tendría que llegar tarde o temprano.
Ayer fui asaltado en plena calle por un grupo de resentidos.
Cerrándome el paso en todas direcciones, me pidieron a gritos el principio del
cuento. Muchas gentes que pasaban distraídas también se detuvieron, sin saber
que iban a tomar parte en un crimen. Conquistadas sin duda por mi aspecto de
charlatán comprometido, prestaron de buena gana su concurso. Pronto me hallé
rodeado por la masa compacta. Abrumado y sin salida, haciendo un total acopio
de energía, me propuse acabar con mi prestigio de narrador. Y he aquí e1
resultado.
Con una voz falseada por la emoción, trepado en mi banquillo
de agente de tránsito que alguien me puso debajo de los pies, comienzo a
declamar las palabras de siempre, con los ademanes de costumbre: "En medio
de terremotos y explosiones, con grandiosas señales de dolor, desarraigando los
árboles y desgajando las rocas, se aproxima un gigante advenimiento. ¿Va a
nacer un volcán? ¿Un río de fuego? ¿Se alzará en el horizonte una nueva y
sumergida estrella? Señoras y señores: ¡Las montañas están de parto!" El
estupor y la vergüenza ahogan mis palabras. Durante varios segundos prosigo el discurso
a base de pura pantomima, como un director frente a la orquesta enmudecida. El
fracaso es tan real y evidente, que algunas personas se conmueven.
"¡Bravo!", oigo que gritan por allí, animándome a llenar la laguna.
Instintivamente me llevo las manos a la cabeza y la aprieto con todas mis
fuerzas, queriendo apresurar el fin del relato.
Los espectadores han adivinado que se trata del ratón
legendario, pero simulan una ansiedad enfermiza. En torno a mí siento palpitar
un solo corazón. Yo conozco las reglas del juego, y en el fondo no me gusta
defraudar a nadie con una salida de prestidigitador. Bruscamente me olvido de
todo. De lo que aprendí en la escuela y de lo que he leído en los libros. Mi
mente está en blanco. De buena fe y a mano limpia, me pongo a perseguir al
ratón. Por primera vez se produce un silencio respetuoso.
Apenas si algunos asistentes participan en voz baja a los
recién llegados, ciertos antecedentes del drama. Yo estoy realmente en trance y
me busco por todas partes el desenlace, como un hombre que ha perdido la razón.
Recorro mis bolsillos uno por uno y los dejo volteados, a la vista del público.
Me quito el sombrero y lo arrojo inmediatamente, desechando la idea de sacar un
conejo. Deshago el nudo de mi corbata y sigo adelante, profundizando en la
camisa, hasta que mis manos se detienen con horror en los primeros botones del
pantalón. A punto de caer desmayado, me salva el rostro de una mujer que de
pronto se enciende con esperanzado rubor. Afirmado en el pedestal, pongo en
ella todas mis ilusiones y la elevo a la categoría de musa, olvidando que las
mujeres tienen especial debilidad por los temas escabrosos. La tensión llega en
este momento a su máximo.
¿Quién fue el alma caritativa que al darse cuenta de mi
estado avisó por teléfono? La sirena de la ambulancia preludia en el horizonte
una amenaza definitiva. En el último instante, mi sonrisa de alivio detiene a
los que sin duda pensaban en lincharme. Aquí, bajo el brazo izquierdo, en el
hueco de la axila, hay un leve calor de nido... Algo aquí se anima y se
remueve... Suavemente, dejo caer el brazo a lo largo del cuerpo, con la mano
encogida como una cuchara. Y el milagro se produce. Por el túnel de la manga
desciende una tierna migaja de vida. Levanto el brazo y extiendo la palma triunfal.
Suspiro, y la multitud suspira conmigo. Sin darme cuenta, yo
mismo doy la señal del aplauso y la ovación no se hace esperar. Rápidamente se
organiza un desfile asombroso ante el ratón recién nacido. Los entendidos se
acercan y lo miran por todos lados, se cercioran de que respira y se mueve,
nunca han visto nada igual y me felicitan de todo corazón. Apenas se alejan
unos pasos y ya comienzan las objeciones.
Dudan, se alzan de hombros y menean la cabeza. ¿Hubo trampa?
¿Es un ratón de verdad? Para tranquilizarme, algunos entusiastas proyectan un
paseo en hombros, pero no pasan de allí. El público en general va dispersándose
poco a poco. Extenuado por el esfuerzo y a punto de quedarme solo, estoy
dispuesto a ceder la criatura al primero que me la pida. Las mujeres temen casi
siempre a esta clase de roedores.
Pero aquella cuyo rostro resplandeció entre todos, se
aproxima y reclama con timidez el entrañable fruto de fantasía. Halagado a más
no poder, yo se lo dedico inmediatamente, y mi confusión no tiene límites
cuando se lo guarda amorosa en el seno. Al despedirse y darme las gracias,
explica como puede su actitud, para que no haya malas interpretaciones.
Viéndola tan turbada, la escucho con embeleso. Tiene un gato, me dice, y vive
con su marido en un departamento de lujo. Sencillamente, se propone darles una
pequeña sorpresa. Nadie sabe allí lo que significa un ratón.
muy buen Blogg, felicitaciones por hacer una educaciòn mejor...
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