CONFABULARIO
Juan José Arreola
Autodidacta de poderosa imaginación. Juan José Arreola ha
ejercido los más disímiles oficios: vendedor ambulante, periodista, maestro y
sobre todo charlista de palabra deslumbrante y ademanes categóricos.
Inquietador profesional de vidas y sensibilidades, buena parte de la |oven
narrativa mexicana le debe enseñanzas definitivas. Su primer libro. Varia
invención, lo situó como uno de los mejores cuentistas actuales.
Confabularlo le da sitio aparte en nuestras letras. Su
evolución literaria podría resumirse así: la ingenuidad que deviene sapiencia;
la alusión que se convierte en elusión, el plano vertical que se trueca plano
oblicuo. El tema del amor es capital en su obra: va del idealismo adolescente a
una visión aterradora y caricaturesca de la mujer, cifra y símbolo de la
enajenación, del dolor y de la muerte. Autor de textos redondos por lo que toca
a los personajes, la estructura y el estilo, me parece el más perfecto, porque
los lastres que venía padeciendo la literatura mexicana desaparecen en él sin
dejar huella.
Emanuel Carballo
Los cuentos que componen Confabularlo rebasan cualquier intento de descripción: fábulas, poemas en prosa, crónicas, simples y llanas narraciones y divertimentos que trascienden, amén de por su profundidad y poesía, por su enorme maestría en el manejo del lenguaje. Clásico ya por la contundencia de su obra, Juan José Arreola nos da en Confabularlo una pequeña muestra de su gran talento literario.
Los cuentos que componen Confabularlo rebasan cualquier intento de descripción: fábulas, poemas en prosa, crónicas, simples y llanas narraciones y divertimentos que trascienden, amén de por su profundidad y poesía, por su enorme maestría en el manejo del lenguaje. Clásico ya por la contundencia de su obra, Juan José Arreola nos da en Confabularlo una pequeña muestra de su gran talento literario.
DE MEMORIA Y OLVIDO
Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan
grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos
siendo tan pueblo que todavía le decimos Zapotlán. Es un valle redondo de maíz,
un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento, un cielo azul y
una laguna que viene y se va como un delgado sueño. Desde muyo hasta diciembre,
se ve la estatura pareja y creciente de las milpas.
A veces le decimos Zapotlán de Orozco porque allí nació José
Clemente, el de los pinceles violentos. Como paisano suyo, siento que nací al
pie de un volcán. A propósito de volcanes, la orografía de mi pueblo incluye
otras dos cumbres, además del pintor: el Nevado que se llama de Colima, aunque
todo él está en tierra de Jalisco. Apagado, el hielo en el invierno lo decora.
Pero el otro está vivo. En 1912 nos cubrió de cenizas y los viejos recuerdan
con pavor esta leve experiencia pompeyana: se hizo la noche en pleno día y
todos creyeron en el Juicio Final.
Para no ir más lejos,
el año pasado estuvimos asustados con brotes de lava, rugidos y fumar olas.
Atraídos por el fenómeno, los geólogos vinieron a saludarnos, nos tomaron la
temperatura y el pulso, les invitamos una copa de ponche de granada y nos
tranquilizaron en plan científico: ata bomba que tenemos bajo la almohada puede
estallar tal vez hoy en la noche o un día cualquiera dentro de los próximos
diez mil años.
Yo soy el cuarto hijo de unos padres que tuvieron catorce y que viven todavía para contarlo, gracias a Dios, Como ustedes ven, no soy un niño consentido. Arreolas y Zúñigas disputan en mi alma como perros su antigua querella doméstica de incrédulos y devotos. Unos y otros parecen unirse allá muy lejos en común origen vascongado. Pero mestizos a buena hora, en sus venas circulan sin discordia las sangres que hicieron a México, junto con la de una monja francesa que les entró quién sabe por dónde.
Yo soy el cuarto hijo de unos padres que tuvieron catorce y que viven todavía para contarlo, gracias a Dios, Como ustedes ven, no soy un niño consentido. Arreolas y Zúñigas disputan en mi alma como perros su antigua querella doméstica de incrédulos y devotos. Unos y otros parecen unirse allá muy lejos en común origen vascongado. Pero mestizos a buena hora, en sus venas circulan sin discordia las sangres que hicieron a México, junto con la de una monja francesa que les entró quién sabe por dónde.
Hay historias de familia que más valía no contar porque mi
apellido se pierde o se gana bíblicamente entre los sefarditas de España. Nadie
sabe si don Juan Abad, mi bisabuelo, se puso el Arreola para borrar una última
fama de converso (Abad, de abba, que es padre en arameo). No se preocupen, no
voy a plantar aquí un árbol genealógico ni a tender la arteria que me traiga la
sangre plebeya desde el copista del Cid, o el nombre de la espuria Torre de
Quevedo. Pero hay nobleza en mi palabra. Palabra de honor. Procedo en línea
recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero
a título paterno. De allí mi pasión artesanal por el lenguaje.
Nací el año de 1918, en el estrago de la gripa española, día de San Mateo Evangelista y Santa Ifigenia Virgen, entre pollos, puercos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos. Di los primeros pasos seguido precisamente por un borrego negro que se salió del corral, Tal es el antecedente de la angustia duradera que da color a mi vida, que concreta en mí el aura neurótica que envuelve a toda la familia y que por fortuna o desgracia no ha llegado a resolverse nunca en la epilepsia o la locura.
Nací el año de 1918, en el estrago de la gripa española, día de San Mateo Evangelista y Santa Ifigenia Virgen, entre pollos, puercos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos. Di los primeros pasos seguido precisamente por un borrego negro que se salió del corral, Tal es el antecedente de la angustia duradera que da color a mi vida, que concreta en mí el aura neurótica que envuelve a toda la familia y que por fortuna o desgracia no ha llegado a resolverse nunca en la epilepsia o la locura.
Todavía este mal borrego negro me persigue y siento que mis
pasos tiemblan como los del troglodita perseguido por una bestia mitológica.
Como casi todos los niños, yo también fui a la escuela. No pude seguir en ella
por razones que sí vienen al caso pero que no puedo contar: mi infancia
transcurrió en medio del caos provinciano de la Revolución Cristera. Cerradas
las iglesias y los colegios religiosos, yo, sobrino de señores curas y de
monjas escondidas, no debía ingresar a las aulas oficiales so pena de herejía.
Mi padre, un hombre que siempre sabe hallarle salida a los
callejones que no la tienen, en vez de enviarme a un seminario clandestino o a
una escuela del gobierno, me puso sencillamente a trabajar. Y así, a los doce
años de edad entré como aprendiz al taller de don José María Silva, maestro
encuadernador, y luego a la imprenta del Chepo Gutiérrez. De allí nace el gran
amor que tengo a los libros en cuanto objetos manuales.
El otro, el amor a los textos, había nacido antes por obra
de un maestro de primaria a quien rindo homenaje: gracias a José Ernesto Aceves
supe que había poetas en el mundo, además de comerciantes, pequeños
industriales y agricultores. Aquí debo una aclaración: mi padre, que sabe de
todo, le ha hecho al comercio, a la industria y a la agricultura [siempre en
pequeño) pero ha fracasado en todo: tiene alma de poeta.
Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más y menos ilustres,.. Y oía canciones y los dichos populares y me gustaba mucho la conversación de la «ente de campo. Desde 1930 hasta la ¡echa he desempeñado más de veinte oficios y empleos diferentes...
Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más y menos ilustres,.. Y oía canciones y los dichos populares y me gustaba mucho la conversación de la «ente de campo. Desde 1930 hasta la ¡echa he desempeñado más de veinte oficios y empleos diferentes...
He sido vendedor
ambulante y periodista; mozo de cuerda y cobrador de banco. Impresor,
comediante y panadero. Lo que ustedes quieran. Sería injusto si no mencionara
aquí al hombre que me cambió la vida. Louis Jouvet, a quien conocí a su paso
por Guadalajara, me llevó a París hace veinticinco años. Ese viaje es un sueño
que en vano trataría de revivir; pisé las tablas de la Comedia Francesa:
esclavo desnudo en las galeras de Antonio y Cleopatra, bajo las órdenes de Jean
Louis Barrault y a los pies de Marie Bell.
A mi vuelta de Francia, el Fondo de Cultura Económica me acogió en su departamento técnico gracias a los buenos oficios de Antonio Alatorre, que me hizo pasar por filólogo y gramático. Después de tres años de corregir pruebas de imprenta, traducciones y originales, pasé a figurar en el catálogo de autores (Varia invención apareció en Tezontle, 1949).
A mi vuelta de Francia, el Fondo de Cultura Económica me acogió en su departamento técnico gracias a los buenos oficios de Antonio Alatorre, que me hizo pasar por filólogo y gramático. Después de tres años de corregir pruebas de imprenta, traducciones y originales, pasé a figurar en el catálogo de autores (Varia invención apareció en Tezontle, 1949).
Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de
ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla.
Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la
palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de
casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y
benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que
harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido
realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las
pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante,
a través de la zarza ardiente.
Al emprender esta edición definitiva, Joaquín Díez-Canedo y yo nos hemos puesto de acuerdo para devolverle a cada uno de mis libros su más clara individualidad. Por azares diversos, Varia invención, Confabulario y Bestiario se contaminaron entre sí, a partir de 1949. (La feria es un caso aparte.) Ahora cada uno de esos libros devuelve a los otros lo que no es suyo y recobra simultáneamente lo propio. Este Confabulario se queda con los cuentos maduros y aquello que más se les parece. A Varia invención irán los textos primitivos, ya para siempre verdes.
Al emprender esta edición definitiva, Joaquín Díez-Canedo y yo nos hemos puesto de acuerdo para devolverle a cada uno de mis libros su más clara individualidad. Por azares diversos, Varia invención, Confabulario y Bestiario se contaminaron entre sí, a partir de 1949. (La feria es un caso aparte.) Ahora cada uno de esos libros devuelve a los otros lo que no es suyo y recobra simultáneamente lo propio. Este Confabulario se queda con los cuentos maduros y aquello que más se les parece. A Varia invención irán los textos primitivos, ya para siempre verdes.
El Bestiario tendrá Prosodia de complemento, porque se trata
de textos breves en ambos casos: prosa poética y poesía prosaica. (No me
asustan los términos.) ¿Y a quién finalmente le importa si a partir del quinto
volumen de estas obras completas o no, todo va a llamarse confabulario total o
memoria y olvido? Sólo me gustaría apuntar que confabulados o no, el autor y
sus lectores probables sean la misma cosa. Suma y resta entre recuerdos y
olvidos, multiplicados por cada uno.
J. J. A.
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